Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA VERDADERA DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, II



Comentario

Cómo llegó al puerto de la Villa-Rica un Cristóbal de Tapia que venía para ser gobernador


Pues como Cortés hubo despachado los capitanes y soldados por mí ya dichos a pacificar y poblar provincias, en aquella sazón vino un Cristóbal de Tapia, veedor de la isla de Santo Domingo, con provisiones de su majestad, guiadas y encaminadas por don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, porque así se llamaba, para que le admitiesen a la gobernación de la Nueva-España; y demás de las provisiones, traía muchas cartas misivas del mismo obispo para Cortés y para otros muchos conquistadores y capitanes de los que habían venido con Narváez, para que favoreciesen al Cristóbal de Tapia; y demás de las cartas que traía cerradas y selladas del obispo, traía otras en blanco para que el Tapia en la Nueva-España pusiese todo lo que quisiese y le pareciese, y en todas ellas traía grandes prometimientos que nos haría muchas mercedes si dábamos la gobernación al Tapia, y por otra parte muchas amenazas, y decía que su majestad nos enviaría a castigar. Dejemos desto; que Tapia presentó sus provisiones en la Villa-Rica de la Veracruz delante de Gonzalo de Alvarado, hermano de Pedro de Alvarado, que estaba en aquella sazón por teniente de Cortés, porque un Rodrigo Rangel, que solía estar allí por alcalde mayor, no sé qué desatinos había hecho cuando allí estaba, y le quitó Cortés el cargo; y presentadas las provisiones, el Gonzalo de Alvarado las obedeció y puso sobre su cabeza como provisiones y mando de su rey y señor; e que en cuanto al cumplimiento, que se juntarían los alcaldes y regidores de aquella villa e que platicarían e verían cómo y de qué manera eran ganadas y habidas aquellas provisiones, e que todos juntos las obedecerían, porque él solo era una persona, y también porque querían ver si su majestad era sabidor que tales provisiones se enviasen; y esta respuesta no le cuadró bien al Tapia, y aconsejáronle que se fuese luego a México, adonde estaban Cortés con todos los demás capitanes y soldados, y que allí las obedecerían; y demás de presentar las provisiones, como dicho tengo, escribió a Cortés de la manera que venía por gobernador; y como Cortés era muy avisado, si muy buenas cartas le escribió el Tapia, y vio las ofertas y ofrecimientos del obispo de Burgos, y por otra parte las amenazas; si muy buenas palabras y muy llenas de cumplimientos venían ellas, él le escribió otras muy mejores y más halagüeñas, y blandosamente, y amorosas y llenas de cumplimientos le escribió Cortés en respuesta; y luego Cortés rogó y mandó a ciertos de nuestros capitanes que se fuesen a ver con el Tapia, los cuales fueron Pedro de Alvarado y Gonzalo de Sandoval y Diego de Soto el de Toro y un Valdenebro y el capitán Andrés de Tapia, a los cuales envió a llamar por la posta que dejasen de poblar por entonces las provincias en que estaban y que fuesen a la Villa-Rica, donde estaba el Cristóbal de Tapia, y con ellos mandó que fuese un fraile que se decía Pedro Melgarejo de Urrea. Ya que el Tapia iba camino de México a se ver con Cortés, encontró con nuestros capitanes y con el fraile por mí nombrado, y con palabras y ofrecimientos que le hicieron, volvió del camino para un pueblo que se decía Cempoal, y allí le demandaron que mostrase otra vez las provisiones, y que verían cómo y de qué manera lo mandaba su majestad, y si venía en ellas su real firma o era sabidor dello, e que los pechos por tierra las obedecerían en nombre de Hernando Cortés y de toda la Nueva-España, porque traían poder para ello; y el Tapia les tornó a notificar y mostrar las provisiones, y todos aquellos capitanes a una las obedecieron y pusieron sobre sus cabezas como provisiones de nuestro rey y señor, e que en cuanto al cumplimiento, que suplicaban dellas para ante el emperador nuestro señor; y dijeron que no era sabidor dellas ni de cosa ninguna, e que el Cristóbal de Tapia no era suficiente para ser gobernador, e que el obispo de Burgos era contra todos los conquistadores que servíamos a su majestad, y andaba ordenando aquellas cosas sin dar verdadera relación a su majestad, y por favorecer al Diego Velázquez, y al Tapia: por casar con uno dellos a una doña fulana de Fonseca, sobrina del mismo obispo; y luego que el Tapia vio que no aprovechaban palabras ni provisiones ni cartas de ofertas ni otros cumplimientos, adoleció de enojo; y aquellos nuestros capitanes le escribían a Cortés todo lo que pasaba, y le avisaron que enviase tejuelos de oro y barras, e que con ellos amansaría la furia del Tapia; lo cual luego vino en posta, y le compraron unos negros y tres caballos y el un navío, y se volvió a embarcar en el otro navío y se fue a la isla de Santo Domingo, de donde había salido; e cuando allá llegó, la audiencia real que en ella residía y los frailes jerónimos que estaban por gobernadores notaron muy bien su vuelta de aquella manera, y se enojaron con él porque antes que saliese de la isla para ir a la Nueva-España le habían mandado expresamente que en aquella sazón no curase de venir, porque sería causa de quebrar el hilo y conquistas de México, y no les quiso obedecer; antes, con favor del obispo de Burgos don Juan Rodríguez de Fonseca, se resolvió; que no osaban hacer otra cosa los oidores sino lo que el obispo de Burgos mandaba, porque era presidente de Indias, porque su majestad estaba en aquella sazón en Flandes, que no había venido a Castilla. Dejemos esto del Tapia, y digamos cómo luego envió Cortés a Pedro de Alvarado a poblar a Tututepeque, que era tierra rica de oro. Y para que bien lo entiendan los que no saben los nombres destos pueblos, uno es Tutepeque, adonde fue Gonzalo de Sandoval, y otro es Tututepeque, adonde en esta sazón va Pedro de Alvarado; y esto declaro porque no me culpen que digo que dos capitanes fueron a poblar una provincia de un nombre, y son dos provincias; y también había enviado a poblar el río de Pánuco, porque Cortés tuvo noticia de un Francisco de Garay hacía grande armada para venirla a poblar; porque, según pareció, se lo había dado su majestad al Garay por gobernación y conquista, según más largamente lo he dicho y declarado en los capítulos pasados cuando hablaba de todos los navíos que envió adelante Garay, que desbarataron los indios de la misma provincia de Pánuco; e hízolo Cortés porque si viniese el Garay la hallase por Cortés poblada. Dejemos desto, y digamos cómo Cortés envió otra vez a Rodrigo Rangel por teniente de Villa-Rica, y quitó al Gonzalo de Alvarado, y le mandó que luego le enviase a Pánfilo de Narváez donde estaba poblando Cortés en Cuyoacan, que aun no había entrado a poblar a México hasta que se edificasen todas las casas y palacios adonde había de vivir; y envió por el Pánfilo de Narváez porque, según le dijeron, que cuando el Cristóbal de Tapia llegó a la Villa-Rica con las provisiones que dicho tengo, el Narváez habló con él, y en pocas palabras le dijo: "Señor Tapia, paréceme que tan buen recaudo traéis y tal le llevaréis como yo; mirad en lo que yo he parado trayendo tan buena armada, y mirad por vuestra persona, no os maten, y no os curéis de perder tiempo; que la ventura d Cortés e sus soldados no es acabada; entended en que os den algún oro por esas cosas que traéis; e idos a Castilla ante su majestad, que allá no faltará quien os ayude, y diréis lo que pasa, en especial teniendo, como tenéis, al señor obispo de Burgos; y esto es mejor consejo." Dejémonos desta plática, y diré cómo Narváez fue su camino a México, y vio aquellas grandes ciudades y poblaciones; y cuando llegó a Tezcuco se admiró, y cuando vio a Cuyoacan mucho más, y desque vio la gran laguna y ciudades que en ella están pobladas, y después la gran ciudad de México; y como Cortés supo que venía, le mandó hacer mucha honra; y llegado ante él, se hincó de rodillas y le fue a besar las manos, y Cortés no lo consintió y le hizo levantar, y le abrazó y le mostró mucho amor, y le hizo asentar cabe sí, y entonces el Narváez le habló y le dijo: "Señor capitán, ahora digo de verdad que la menor cosa que hizo vuestra merced y sus valerosos soldados en esta Nueva-España fue desbaratarme a mí y prenderme, y aunque trajera mayor poder del que traje, pues he visto tantas ciudades y tierras que ha domado y sujetado al servicio de Dios nuestro señor y del emperador Carlos V; y puédese vuestra merced alabar y tener en tanta estima, que yo así lo digo, y dirán todos los capitanes muy nombrados que el día de hoy son vivos, que en el universo se puede anteponer a los muy afamados e ilustres varones que ha habido; y otra tan fuerte ciudad como México no la hay; y vuestra merced y sus muy esforzados soldados son dignos que su majestad les haga muy crecidas mercedes", y le dijo otras muchas alabanzas; y Cortés le respondió que nosotros no éramos bastante para hacer lo que estaba hecho, sino la gran misericordia de Dios nuestro señor, que siempre nos ayudaba, y la buena ventura de nuestro gran César. Dejémonos desta plática y de las ofertas que hizo Narváez a Cortés que le sería servidor, y diré cómo en aquella sazón se pasó Cortés a poblar la insigne y gran ciudad de México, y repartió solares para las iglesias y monasterios y casas reales y plazas, y a todos los vecinos les dio solares; y por no gastar más tiempo en escribir: según y de la manera que ahora está poblada, que, según dicen muchas personas que se han hallado en muchas partes de la cristiandad, otra más populosa y mayor ciudad y de mejores casas y muy bien pobladas de caballeros no se ha visto. Pues estando dando la orden que dicho tengo, al mejor tiempo que estaba Cortés algo descansando, le vinieron cartas del Pánuco que toda la provincia estaba levantada e puesta en armas, y que era gente muy belicosa y de muchos guerreros, porque habían muerto muchos soldados que había enviado Cortés a poblar, y que con brevedad enviase el mayor socorro que pudiese; y luego acordó Cortés de ir él mismo en persona, porque todos los capitanes habían ido a sus conquistas; y llevó todos los más soldados que pudo y hombres de a caballo y ballesteros y escopeteros, porque ya habían llegado a México muchas personas de las que el veedor Tapia traía consigo, y otros que allí estaban de los de Lucas Vázquez de Aillón, que habían ido con él a la Florida, y otros que habían venido de las islas en aquel tiempo; y dejando en México buen recaudo, y por capitán de él a Diego de Soto, natural de Toro, salió Cortés de México; y en aquella sazón no había herraje, sino muy poco, para los muchos caballos que llevaba, porque pasaban de ciento y treinta de a caballo y doscientos y cincuenta soldados, y contados entre ellos ballesteros y escopeteros y de a caballo, y también llevó diez mil mexicanos; y en aquella sazón ya había vuelto de Michoacan Cristóbal de Olí, porque dejó aquella provincia de paz y trajo consigo muchos caciques y al hijo del cacique Cazonci, que así se llamaba, y era el mayor señor de todas aquellas provincias, y trajo mucho oro bajo, que lo tenían revuelto con plata y cobre; y gastó Cortés en aquella ida que fue a Pánuco mucha cantidad de pesos de oro, que después demandaba a su majestad que le pagase aquella costa; y los oficiales de la real hacienda no se los quisieron recibir en cuenta ni le quisieron pagar cosa dello, porque respondieron que si había hecho aquel gasto en la conquista de aquella provincia, que lo hizo por se apoderar della, porque Francisco de Garay, que venía por gobernador, no la hubiese, porque ya tenía noticia que venía de la isla de Jamaica con gran pujanza y armada. Volvamos a nuestra relación, y diré cómo Cortés llegó con todo su ejército a la provincia de Pánuco y los halló de guerra, y los envió a llamar de paz muchas veces, mas no quisieron venir; e tuvo con ellos en algunos días muchos reencuentros de guerra, y en dos batallas que le aguardaron le mataron tres soldados y le hirieron más de treinta, y mataron cuatro caballos y hubo muchos heridos, y murieron de los mexixanos sobre ciento, sin otros más de doscientos que quedaron heridos; porque fueron los guastecas, que así se llaman en aquellas provincias, sobre más de sesenta mil hombres guerreros cuando aguardaron a nuestro capitán Cortés; mas quiso nuestro señor que fueron desbaratados, y todo el campo adonde fueron estas batallas quedó lleno de muertos y heridos de los guastecas naturales de aquellas provincias; por manera que no se tornaron más a juntar por entonces para dar guerra; y Cortés estuvo ocho días en un pueblo que estaba allí cerca, donde habían sido aquellas reñidas batallas, por causa de que se curasen los heridos y se enterrasen los muertos, y había muchos bastimentos; y para tornarles a llamar de paz envió diez caciques, personas principales, de los que se habían prendido en aquellas batallas, y doña Marina y Jerónimo de Aguilar, que siempre Cortés los llevaba consigo, les hizo un parlamento muy discreto, y les dijo que "¿cómo se podían defender todos los de aquellas provincias de no se dar por vasallos de su majestad, pues han visto y tenido nueva que con el poder de México, siendo tan fuertes guerreros, estaba asolada la ciudad y puesta por el suelo? E que vengan luego de paz y no hayan miedo, e que lo pasado de las muertes, que Cortés, en nombre de su majestad, se lo perdonaría"; y tales palabras les dijo con amor, y otras llenas de amenazas, que, como estaban hostigados y habían visto muertos muchos de los suyos, y abrasados y asolados todos sus pueblos, vinieron de paz, y todos trajeron joyas de oro, aunque no de mucho precio, que presentaron a Cortés, y él con halagos y mucho amor les recibió de paz; y desde allí se fue Cortés con la mitad de sus soldados a un río que se dice Chila, que está de la mar obra de cinco leguas, y volvió a enviar mensajeros a todos los pueblos de la otra parte del río a llamarles de paz, y no quisieron venir; porque, como estaban encarnizados de los muchos soldados que habían muerto, en obra de dos años que habían pasado de los capitanes que Garay envió a poblar aquel río, como dicho tengo en el capítulo que dello habla, así creyeron que harían a nuestro Cortés; y como estaban entre grandes lagunas y ríos y ciénagas, que es muy grande fortaleza para ellos; y la respuesta que dieron fue matar a los mensajeros que Cortés les había enviado a hablar sobre las paces, y a estos de ahora tuvieron presos ciertos días, y estuvo Cortés aguardando para ver si podría acabar con ellos que mudasen su mal propósito; y como no vinieron, mandó buscar todas las canoas que en el río pudo haber, y con ellas y unas barcas que se hicieron de madera de navíos viejos de los de Garay, y pasaron de noche de la otra parte del río ciento y cincuenta soldados, y los más dellos ballesteros y escopeteros, y cincuenta de a caballo; y como los principales de aquellas provincias velaban sus pasos y ríos, como los vieron, dejáronlos pasar, y estaban aguardando de la otra parte; y si muchos guastecas se habían juntado en las primeras batallas que dieron a Cortés, muchos mas estaban juntos esta vez, y vienen como leones rabiosos a se encontrar con los nuestros; y a los primeros encuentros mataron dos soldados e hirieron sobre treinta, y también mataron tres caballos e hirieron otros quince, y muchos mexicanos; mas tal priesa les dieron los nuestros, que no pararon en el campo, e luego se fueron huyendo, y quedaron dellos muertos y heridos gran cantidad; y después que pasó aquella batalla, los nuestros se fueron a dormir a un pueblo que estaba despoblado, que se habían huido los moradores de él, y con buenas velas y escuchas y rondas y corredores del campo estuvieron, y de cenar no les faltó; y cuando amaneció, andando por el pueblo, vieron estar en un cu e adoratorio de ídolos, colgados muchos vestidos y caras desolladas y adobadas como cueros de guantes, y con sus barbas y cabellos, que eran de los soldados que habían muerto a los capitanes que había enviado Garay a poblar el río de Pánuco, y muchas dellas fueron conocidas de otros soldados, que decían que eran sus amigos, y a todos se les quebró los corazones de lástima de las ver de aquella manera, y luego las quitaron de donde estaban y las llevaron para enterrar; y desde aquel pueblo se pasaron a otro lugar, y como conocían que toda la gente de aquella provincia era muy belicosa, siempre iban muy recatados y puestos en ordenanza para pelear, no les tomasen descuidados y desaparecidos; y los descubridores de todo aquel campo dieron con unos grandes escuadrones de indios que estaban en celada, para que cuando estuviesen los nuestros en las casas apeados dar en los caballos y en ellos; y como fueron sentidos, no tuvieron lugar de hacer lo que querían; mas todavía salieron muy denodadamente y pelearon con los nuestros como valientes guerreros, y estuvieron más de media hora que los de a caballo y los escopeteros no les podían hacer retraer ni apartar de sí, y mataron dos caballos y hirieron otros siete, y también hirieron quince soldados y murieron tres de las heridas. Una cosa tenían estos indios: que ya que los llevaban de vencida, se tornaban a rehacer, y aguardaron tres veces en la pelea, lo cual pocas veces se ha visto acaecer entre estas gentes; y viendo que los nuestros les herían y mataban, se acogieron a un río caudaloso e corriente, y los de a caballo y peones sueltos fueron en pos dellos e hirieron muchos; e otro día acordaron de correrles el campo e ir a otros pueblos que estaban despoblados, y en ellos hallaron muchas tinajas de vino de la tierra puertas en unos soterranos a manera de bodegas; y estuvieron en estas poblaciones cinco días corriéndoles las tierras, y como todo estaba sin gentes y despoblados, se volvieron al río de Chila; y Cortés tornó luego a enviar a llamar de paz a todos los mismos pueblos que estaban de guerra de aquella parte del río, y como les habían muerto mucha gente, temieron que volverían otra vez sobre ellos, y a esta causa enviaron a decir que vendrían de ahí a cuatro días, que buscaban joyas de oro para le presentar; y Cortés aguardó todos los cuatro días que habían dicho que vendrían, y no vinieron por entonces; y luego mandó a un pueblo muy grande que estaba cabe una laguna, que era muy fuerte por sus ciénagas y ríos, que de noche obscuro y medio lloviznando, que en muchas canoas que luego mandó buscar, atadas de dos en dos, y otras sueltas, y en las balsas bien hechas, pasasen aquella laguna a una parte del pueblo en parte y paraje que no fuesen vistos ni sentidos de los de aquella población, y pasaron muchos amigos mexicanos, y sin ser vistos, dan en el pueblo, el cual pueblo destruyeron, y hubo muy gran despojo y estrago en él; allí cargaron los amigos de todas las haciendas que los naturales de él tenían; y desque aquello vieron, todos los más pueblos comarcados dende a cinco días acordaron de venir de paz, excepto otras poblaciones que estaban muy a trasmano, que los nuestros no pudieron ir a ellos en aquella sazón; y por no me detener en gastar más palabras en esta relación de muchas cosas que pasaron, las dejaré de decir, sino que entonces pobló Cortés una villa con ciento y treinta vecinos, y entre ellos dejó veinte y siete de a caballo y treinta y seis escopeteros y ballesteros, por manera que todos fueron los ciento y treinta; llamábase esta villa Sant-Esteban del Puerto, y está obra de una legua de Chila; y en los vecinos que en aquella villa poblaron repartió y dio por encomienda todos los pueblos que habían venido de paz, y dejó por capitán dellos y por su teniente a un Pedro Vallejo; y estando en aquella villa de partida para México, supo por cosa muy cierta que tres pueblos que fueron cabeceras para la rebelión de aquella provincia, y fueron en la muerte de muchos españoles, andaban de nuevo, después de haber ya dado la obediencia a su majestad y haber venido de paz, convocando y atrayendo a los demás pueblos sus comarcanos, y decían que después que Cortés se fuese a México con los de a caballo y soldados, que a los que quedaban poblados que diesen un día o noche en ellos y que tendrían buenas hartazgas con ellos; y sabida por Cortés la verdad muy de raíz, les mandó quemar las casas; mas luego se tornaron a poblar. Digamos que Cortés había mandado antes que partiese de México para ir a aquella entrada, que desde la Veracruz le enviase un barco cargado con Vino y vituallas y conservas y bizcochos y herraje, porque en aquella sazón no había trigo en México para hacer pan; e yendo que iba el barco su viaje a la derrota de Pánuco, cargado de lo que fue mandado, parece ser que hubo muy recios nortes y dio con él en parte que se perdió, que no se salvaron sino tres personas, que aportaron en unas tablas a una isleta donde había unos muy grandes arenales, sería tres o cuatro leguas de tierra, donde había muchos lobos marinos, que salían de noche a dormir a los arenales, y mataron de los lobos, y con lumbre que sacaron con unos palillos como la sacan en todas las Indias las personas que saben cómo se ha de sacar, tuvieron lugar de asar la carne de los lobos, y cavaron en mitad de la isla e hicieron unos como pozos y sacaron agua algo salobre, y también había una fruta que parecían higos, y con la carne de los lobos marinos y la fruta y agua salobre se mantuvieron más de dos meses; y como aguardaban en la villa de Sant-Esteban el refresco y bastimento y herraje, escribió Cortés a sus mayordomos a México que cómo no enviaban el refresco; y cuando vieron la carta de Cortés, tuvieron por muy cierto que se había perdido el barco, y enviaron luego los mayordomos de Cortés un navío chico de poco porte en busca del barco que se perdió, y quiso Dios que se toparon en la isleta donde estaban los tres españoles de los que se perdieron, con ahumadas que hacían de noche e de día; e desque vieron el barco, se alegraron, y embarcados, vinieron a la villa, y llamábase el uno dellos fulano Ceciliano, vecino que fue de México. Dejémonos desto, y digamos, cómo en aquella sazón nuestro capitán Cortés se venía ya para México, tuvo noticia que en unos pueblos que estaban en unas sierras que eran muy agrias se habían rebelado y hacían grande guerra a otros pueblos que estaban de paz, y acordó de ir allá antes que entrase en México; e yendo por su camino, los de aquella provincia lo supieron e aguardaron en un paso malo, y dieron en la rezaga del fardaje y le mataron ciertos tamemes y robaron lo que llevaban; y como era el camino malo, por defender el fardaje los de a caballo que los iban a socorrer reventaron dos caballos; y llegados a las poblaciones, muy bien se lo pagaron; que, como iban muchos mexicanos nuestros amigos, por se vengar de lo que les robaron en el puerto y camino malo, como dicho tengo, mataron y cautivaron muchos indios, y aun el cacique y su capitán murieron ahorcados después que hubieron vuelto lo que habían robado; y esto hecho, Cortés mandó a los mexicanos que no hiciesen más daño, y luego envió a llamar de paz a todos los principales y papas de aquella población, los cuales vinieron y dieron la obediencia a su majestad; y el cacicazgo mandó que lo tuviese un hermano del cacique que habían ahorcado y los dejó en sus casas pacíficos y muy bien castigados: y entonces se volvió a México. Y antes que pase adelante, quiero decir que en todas las provincias de la Nueva-España otra gente más sucia y mala y de peores costumbres no la hubo como esta de la provincia de Pánuco porque todos eran sométicos y se embudaban por las partes traseras, torpedad nunca en el mundo oída y sacrificadores y crueles en demasía, y borrachos y sucios y malos, y tenían otras treinta torpezas; y si miramos en ello, fueron castigados a fuego y a sangre dos o tres veces, y otros mayores males les vino en tener por gobernador a Nuño de Guzmán, que desque le dieron la gobernación, los hizo casi a todos esclavos y los envió a vender a, las islas, según más largamente lo diré en su tiempo y lugar. Volvamos a nuestra relación, y diré, después que Cortés volvió a México, en lo que entendió e hizo.